El baile tradicional madrileño, el chotis, es famoso por bailarse muy recto y girando sobre una sola baldosa, con los pies muy juntos, mirando al frente. Pero ahora lo que pega es el swing,que es justamente lo contrario: se baila sobre el máximo de baldosas posibles, con pies hiperactivos y el cuerpo electrizado, casi dislocado. Así, con alocados giros y saltos, se mueven los participantes esta noche en la Swing Madrid Night, que se celebra cada jueves en la sala Ya’sta.

A partir de las diez de la noche van llegando los bailarines con ropa cómoda y muchas ganas de bailar. La pista se va llenando y se respira buen rollo: todos bailan con todos y se congrega fauna variopinta, algunos dominan el baile a la perfección mientras que otros no tienen mucha idea y se inventan la mitad de los pasos. Pero no hay problema: hemos venido a divertirnos. De roqueros tatuados a señoras de mediana edad, de inocentes chicas danzarinas a rastafaris veteranos. Cualquiera puede ser un adicto al swing.

“Hace algunos años íbamos a un garito de rockers y nos miraban mal cuando bailábamos, nos decían que molestábamos”, dice Silvia Merino. “Pero con el tiempo se fueron uniendo más parejas y acabaron invitándonos a cervezas, porque animábamos el local”, añade. Merino es, junto con Juanjo Pacheco, la organizadora de esta noche semanal de swing.

Hace seis años montaron la escuela Blanco y Negro Studio, especializada en este tipo de baile. Desde entonces, dicen, la afición ha ido creciendo y, al mismo ritmo, han ido apareciendo cada vez más escuelas, bandas, asociaciones y grupos de bailarines. También son artífices del festival Swing Madrid, que el pasado marzo celebró su sexta edición, y organizan frecuentes eventos en Matadero.